La Constitución Española, de la que celebramos estos días el 40 aniversario, es fruto del consenso y la moderación. Éstos son dos ingredientes imprescindibles para que cualquier sociedad pueda disfrutar de una convivencia avanzada, basada en el progreso y en la libertad, que responda a las aspiraciones de la gran mayoría de los ciudadanos y a las pretensiones de sus territorios y diversidades. Estos aspectos han cobrado en la actualidad una magnitud trascendental para nuestro futuro más inmediato como sociedad y juegan un papel trascendental para poder evitar los peligros y las amenazas que hoy, 40 años después de aprobada la Constitución, aparecen como un quebrantamiento de la convivencia de la que hemos disfrutado todos estos años.
A los españoles, estos 40 años nos han permitido disfrutar de un periodo de progreso y libertad, bajo una convivencia sin exclusiones que nos ha hecho avanzar, con la implantación del Estado del Bienestar o el reconocimiento de derechos y libertades civiles, políticas y sociales de las que otros países ya disfrutaban. Asimismo, en estas cuatro décadas hemos experimentado un desarrollo económico, cultural, industrial y puntero en innovación y ciencia reconocidos mundialmente, a la vez que hemos dotado a todas las regiones de nuestro país de un modelo de Estado autonómico que nos ha permitido mayor avance y bienestar y superar desigualdades entre territorios en aspectos muy básicos y necesarios para el desarrollo personal como son la educación o la sanidad.
No obstante, en el debate sobre las necesarias reformas que blinden y garanticen derechos y nuevas realidades sociales y para las que se necesitan crear las condiciones que garanticen un gran consenso, ciertos sectores intentan enfrentarnos y romper la convivencia cívica y democrática. Estos sectores pretenden actuar al margen de las leyes e intentan eliminar derechos y convertirnos en una sociedad excluyente, insolidaria y generar desigualdad a todos los niveles.
La aparición de partidos y pensamientos contrarios a las personas y a la igualdad y con planteamientos de ruptura, supone una amenaza para todos, pero creo que la solución está en la propia Constitución, con los planteamientos que realiza como norma jurídica sólida, con su capacidad de adaptación e interpretación para blindar los derechos y su objetivo de alcanzar una convivencia basada en el diálogo. Ésas son las fortalezas de nuestra Constitución. Generando los instrumentos necesarios para abordar estos intentos y superarlos, podremos movilizar conscientemente a los ciudadanos para que imperen la prevalencia de los valores constitucionales y el juego democrático, y acabar así con el oportunismo de esos que quieren regresar a su pasado, el pasado más triste y que más nos hizo retroceder, frente al periodo en el que nos encontramos, el más fructífero de nuestra historia y en el que deberemos profundizar, en todo caso, para hacerlo aún más próspero.
Todos los activos democráticos de los que nos hemos dotado y que hemos disfrutado no pueden ponerse en cuestión. Más bien al contrario, tenemos que seguir construyendo la democracia día a día, con nuevas aspiraciones colectivas que nazcan de la tolerancia, el respeto y el reconocimiento a lo que representa el Estado de Derecho.