A la vista de los episodios de los últimos días, me pregunto a qué está jugando el PP. Casado anuncia un viaje a Bruselas para hablar mal de las líneas presupuestarias que nuestro país ha presentado en Europa y, en Andalucía, pretende convertirse en adalid de unos presupuestos justos para nuestra tierra, después de los siete años en los que su partido, el PP, nos ha negado el pan y la sal, al no reconocer el déficit de financiación recibido por la comunidad autónoma andaluza.
El PP está jugando con las cosas de comer para Andalucía, al criticar que España tenga unos Presupuestos sociales, que tanta falta hacen. Mientras tanto, el Gobierno de la Junta de Andalucía, con la presidenta Susana Díaz a la cabeza, sí está actuando con responsabilidad.
La Junta de Andalucía insiste en reclamar lo que nuestra comunidad necesita, gobierno quien gobierne. A diferencia de lo que hace el PP, el PSOE andaluz está manteniendo las mismas reivindicaciones ante el nuevo Gobierno porque son de justicia y porque para prestar servicios públicos en igualdad, hacen falta una financiación adecuada, la flexibilización del déficit y la ejecución de infraestructuras de transporte. También seguimos reclamando el plan de empleo que necesita Andalucía, que se defienda la Política Agrícola Común y que se cumpla con la financiación de la dependencia prevista en la Ley, que el Gobierno de Rajoy se saltó a la torera.
El modelo de financiación nació con la voluntad de garantizar un mismo nivel en los servicios públicos fundamentales, favorecer el equilibrio territorial y aumentar la autonomía de las Comunidades. La injusta financiación que hemos recibido cuando la derecha ha estado en el gobierno ha supuesto un desequilibrio para Andalucía, que lleva dos legislaturas detrayendo más de 4.000 millones de euros de su Presupuesto para compensar el déficit de financiación en sanidad, en educación o en la atención a la dependencia.
Ahora, las tornas han cambiado y el PP se ha quedado sin discurso. Por eso, el partido de Casado se ha enfrascado en una bochornosa carrera para ver quién es más de derechas –si ellos, Ciudadanos o Vox–, con el retorno a la escuela de Franco, a la interpretación del nuevo mundo y a la economía de las clases medias, pero sin contar con las clases medias. Una deriva que podría calificarse de ridícula, si no fuera también peligrosa.