En estos últimos días se ha vivido en Vera uno de los episodios más chuscos y ridículos que uno pueda imaginar bien entrado el siglo XXI. En plena época del Big Data, la digitalización, la robotización y la inteligencia artificial. Parece ser que la natural ya no existe o que, a menudo, cuesta más encontrarla. Es tan chusco que recuerda a una de esas magníficas películas inglesas ambientadas en la época victoriana donde todo era apariencia y postureo.
Desde el mandato municipal anterior, se llevan a cabo una serie de proyectos asistenciales y de educación extraescolar que gozan de un merecido prestigio. No hay que olvidar que estas iniciativas forman parte de los servicios municipales que se han de prestar a la sociedad, más si la corporación, como era el caso de la anterior, tiene sensibilidad social. Es decir, la ciudadanía contribuye con su esfuerzo fiscal y la Administración canaliza esos recursos en forma de dotaciones o servicios. Un intercambio de lógica aplastante que, sin embargo, en Vera hay que recordar a menudo para que el equipo de gobierno del PP lo tenga claro.
Todos estos proyectos han sido posibles gracias a la capacidad de un buen número de empleados municipales que —ellos y ellas sí— merecen un reconocimiento unánime. Así ha sido por parte del Grupo Socialista por mucho que el PP haya querido enfangar y distraer la atención. El Grupo Popular se ha subrogado la práctica totalidad de los proyectos o servicios que ya había a su llegada al gobierno municipal. Nada que objetar por parte de los socialistas. Nos parece perfecto y estamos totalmente de acuerdo en su financiación, incluso en la mejora de las dotaciones económicas.
Sin embargo, al PP, mucho más que los proyectos, por sociales que sean, le pierden las fotos, las entrevistas amables en los medios, los artículos simpáticos o los ‘me gusta’ en esa página de Facebook municipal que utiliza de manera grosera para sus intereses partidistas. No solo eso. Casi diría que están convencidos de que todos los demás (vecinos, políticos de la oposición, los propios periodistas) estamos sujetos a la “obligación” de aplaudir sin rechistar sus ocurrencias. Cosas de la vanidad, un pecado venial que, en el caso de los políticos, se puede acentuar hasta niveles enfermizos.
En el caso de Vera, esta patología es extrema. Estar muy bien pagados, con complementos en algunos casos de hasta mil euros al mes de Codeur a esos sueldazos sin trabajo adicional alguno, no parece suficiente. Quizás por ello, en esta ocasión han recurrido al ingenio de algunos profesionales del marketing y de la comunicación madrileños, especializados en poner en marcha una “industria de premios” de donde sacar un importante beneficio.
La receta es sencilla. Lo primero, y por aquello del pretendido “sin ánimo de lucro o carácter social”, es crear una fundación. Lo segundo el apoyo de patrocinadores que tengan intereses comerciales cercanos a los posibles premiados. Por supuesto, un ingrediente fundamental es que estén dispuestos a poner “algo de dinero” en el proyecto. Lo tercero usar el reclamo de famosos o famosas que estén dispuestos a prestar su imagen a cambio de ciertas retribuciones. En unos casos serán premiados y en otro, presentadores.
Si además hay un mercado potencial de “interesados” en tener un diploma colgado de la pared del despacho, o tener menciones en la prensa, ya tenemos el coctel perfecto que todo empresario o profesional de marketing aspira. Es decir, se ha detectado una necesidad (la vanidad o deseo de reconocimiento), se ha creado un producto (el premio), y se ha localizado al consumidor.
Pues bien. A alguna mente pensante del Ayuntamiento de Vera se le ocurrió que estaría bien colgar uno de esos diplomas, ir a Madrid en microbús a recibirlo en un teatro, prestarse a todo un arsenal de fotos, falsos halagos, entrevistas y, por supuesto, celebrar que se ha obtenido un premio en Madrid. Eso sí, alguien descubre, y documenta, que para recibir ese premio hay que pagar 595 euros. Y no contento con eso se le ocurre criticarlo ¡Menudo pecado! Sobre todo, cuando se hace desde la oposición ¿Para qué se cree el PP que estamos? Pues, entre otras cosas, para cuestionar la ridiculez que supone pagar por un premio que carece de seriedad y de prestigio real y no inventado.
No obstante, lo que para el Grupo Socialista es obligación, fiscalizar la gestión y criticar lo que considera perjudicial para el interés común, para el PP es pecado. Así, echando mano de toda la caradura política de la que se es capaz, se pone a trabajar a personal del ayuntamiento para emitir el más grosero comunicado institucional que se haya conocido jamás en el municipio.
No ya por el contenido descalificatorio sino porque aparece firmado por el equipo de gobierno municipal, como si el ayuntamiento fuera propiedad del Grupo Popular, como si fuera su cortijo, y no la institución en la que todos estamos representados, los que a ellos votaron, los que lo hicieron por nosotros, y los que ni a uno ni a otros. Episodio chusco y ridículo que tendrá su final el próximo 17 de marzo en Madrid cuando se recoja ese premio a la vanidad propia costeada con el dinero ajeno.