Fátima Herrera, concejala del PSOE en el Ayuntamiento de Almería
Las mujeres nos hemos integrado plenamente en el mundo laboral, pero una inmensa mayoría sigue sin ser liberada de lo que tradicionalmente han sido consideradas “tareas propias de nuestro sexo”. El problema de la conciliación familiar y laboral ha quedado sumergido durante años en un mar de indiferencia social, al recaer únicamente sobre las espaldas de las mujeres. El sobresfuerzo al que está sometido por esta circunstancia más del 50 por ciento de la población de nuestro país provoca graves problemas físicos y psicológicos, a consecuencia del estrés al que están sometidas.
Por lo tanto, no nos encontramos ante un tema baladí o una mera anécdota. El problema es mucho más profundo y hunde sus raíces en una sociedad injusta, que no valora por igual el esfuerzo de todos sus ciudadanos, ya que un porcentaje elevadísimo de mujeres se ven forzadas a compatibilizar su trabajo, no solo con las tareas ordinarias del cuidado del hogar, sino también con el de la atención a los hijos menores, los enfermos, los dependientes, y los ancianos de la familia.
Dos son las causas directas de que esto sea así. La primera y principal es que esta sociedad, de forma incomprensible, ni valora ni remunera a las mujeres que atienden a estas personas, cuando lo hacen en el seno de la familia, a pesar de conocer el alcance económico que supondría atenderlos en instituciones públicas, en las cuales sí se remunera al personal que allí trabaja. ¿Alguien se ha preguntado cuánto costaría este servicio, si hubiese que pagarlo? Y en segundo lugar, esto obedece a que las mujeres también asumimos que ésta es una obligación inherente al amor, lo que dificulta desvincularla del mundo afectivo sin sufrir un desgarro, y ello unido a la incomprensión del resto de miembros de la familia, que lo vena las mujeres desbordadas de trabajo con absoluta naturalidad.
Afortunadamente, los tiempos han cambiado y, aunque la corresponsabilidad real aún nos queda lejos en España, el problema de la conciliación afecta tanto a hombres como a mujeres, si bien de forma desigual. En tiempos de Covid, la situación de las familias españolas ha empeorado ostensiblemente -entre otras cosas por la falta del apoyo de los abuelos y abuelas que hemos debido proteger de la pandemia-, y las mujeres se han visto obligadas a realizar verdaderos malabares para compaginar trabajo y cuidado de los hijos, personas mayores o enfermos. Resulta inconcebible, más aún, que alguien considere vacua y superficial la reivindicación de que las instituciones arbitren medidas que ayuden a paliar dicha situación.
Los grandes avances de nuestra sociedad en políticas de igualdad han llegado siempre de la mano de gobiernos socialistas, y eso es algo incuestionable. El Gobierno de España ha puesto en marcha numerosas medidas. Entre ellas destaca el permiso de 16 semanas para ambos progenitores por el nacimiento de un hijo o una hija, el Decreto de Medidas Urgentes frente al COVID para garantizar el derecho de adaptación del horario y reducción de jornada, conocido como el ”Plan Me Cuida”, o el decreto para la igualdad de trato y oportunidades entre mujeres y hombres en el empleo y la ocupación. La más reciente, el Plan Corresponsabilidad, que prevé la creación de bolsas de cuidadores profesionales para menores de 14 años, con una dotación de 200 millones de euros, de los cuales 30 son para Andalucía.
En esa línea, el PSOE en el Ayuntamiento de Almería ha presentado una moción que se debatirá en el próximo Pleno, en la que solicitamos la creación de un Plan Municipal de Conciliación de la Vida Personal, Familiar y Laboral, y Corresponsabilidad en la Asunción de Responsabilidades Familiares, con el único objetivo de aliviar la carga de las familias almeriense y mejorar su calidad de vida, proporcionándoles las condiciones idóneas para desarrollar un proyecto vital satisfactorio.
Es preciso que desde el Ayuntamiento se tome en serio el hecho de que no puede existir una verdadera igualdad si una parte de la población tiene que asumir en exclusiva las cargas familiares, compatibilizándolas con las laborales, a costa de su salud, con las tremendas consecuencias que dicho exceso de trabajo conlleva. Hablamos de secuelas físicas y psicológicas, pero también de aquellas que interfieren en la promoción profesional, mermada por no tener disponibilidad de tiempo.
Y por todo ello resulta sorprendente, además de indignante, que en pleno siglo XXI alguien encuentre poco seria una reivindicación tan justa y necesaria como es la de solicitar cauces institucionales para favorecer la conciliación familiar. Y quien no lo pueda entender es porque tiene el privilegio de no tener que soportar sobre sus espaldas el peso de los cuidados de su propia familia. Enhorabuena. Está claro que las preocupaciones ajenas no quitan el sueño.