Se conoce como ‘esperpento’ al género literario que se caracteriza por la presentación de una realidad deformada y grotesca y la degradación de los valores consagrados a una situación ridícula. Pues bien, justo esto es lo que hemos vivido esta semana en el Congreso de los Diputados con la moción de censura que ha presentado Vox contra el gobierno, y cuya defensa de la misma por parte de Ramón Tamames habría puesto los pelos de punta al propio Ramón María del Valle-Inclán.
España no se merece espectáculos de este tipo, especialmente en un momento en el que las familias españolas necesitan que sus representantes políticos garanticen, con sus votos, las necesidades que les acucian desde el punto de vista de los vaivenes que la inflación está causando en sus economías, pero también defendiendo los derechos de los que nos hemos dotado con el Estado del bienestar.
De ahí que se entienda poco o nada lo que hemos vivido en estos días, con una extrema derecha abonada al desprestigio de la democracia, y un Partido Popular puesto de perfil ante una moción que, en realidad, estaba teledirigida contra Feijóo, el gran perdedor de este monumento al desconcierto. Que Abascal dedicara en su intervención más tiempo al líder del Partido Popular que a Tamames, lo dice todo.
De la misma manera, sacamos también otra enseñanza clave de este esperpento: que la derecha y la extrema derecha están juntas para lo bueno y para lo malo, defienden lo mismo y su futuro se antoja más unido que nunca de cara a formar gobiernos, -si les dan los números-, en las próximas elecciones municipales y autonómicas.
Que el PP se abstenga en la votación de la moción cuando Vox niega la violencia de género, prescribe recortes en derechos y defiende un modelo de España en el que no caben las autonomías, supone la rendición de Feijóo ante Abascal. Y esto no es una opinión, solo basta con observar lo que está ocurriendo en Castilla y León para entender la claudicación del Partido Popular ante la extrema derecha.
En todo caso, la moción también nos permite diferenciar a las claras dos modelos de país, que además están perfectamente definidos: el que nos proponen VOX y el PP, esa España que huele a naftalina y a intolerancia, y el que defiende el Gobierno de Pedro Sánchez, un país moderno, diverso, que legisla pensando en la mayoría social y que mira al futuro.