Desgracias naturales

Antonio Martínez Rodríguez
Antonio Martínez Rodríguez

Las nefastas consecuencias de la reciente DANA nos han obligado a tomar conciencia de muchas cuestiones en materia de emergencias, de seguridad, de intervención, de gestión… pero también ha vuelto a poner el acento en la dinámica de la naturaleza y en la acción humana. Aristóteles clasificó a la tierra, al aire, al fuego y al agua como los cuatro elementos que conforman la materia. Todos ellos son vitales, pero pueden llegar a ser mortales según cómo se comporte la humanidad con ellos. Y así es. Igual que el aire puede convertirse en huracán, la tierra puede aplastarnos o el fuego quemarnos e incendiar todo a su paso, el agua hidrata e inunda.  Y es que no se puede ir contra la naturaleza. Entre las reflexiones que, como digo, se han de realizar desde diferentes ámbitos, cabe también pensar en nuestro medio ambiente y en nuestros recursos naturales como protectores y no como devastadores de pueblos y ciudades. En el año 2017 escribí sobre las consecuencias de la DANA que afectó a Almería en el otoño de 2016 y defendía, como sigo defendiendo, la necesidad de conservar las cerca de 20.000 hectáreas de los ríos y ramblas de la provincia con su dinámica y vegetación naturales para que laminen las avenidas torrenciales y conduzcan hasta el mar grandes volúmenes de sedimentos.

Del mismo modo, es imprescindible preservar nuestros montes arbolados y de matorral y todos los espacios naturales en los que hoy se integran como grandes infraestructuras verdes que cosechan anualmente las aguas necesarias para recargar los acuíferos de los que se extraen las aguas de riego.

Si comprendemos e interiorizamos el ciclo del agua en zonas semiáridas sabremos adaptar nuestro desarrollo urbanístico, agrícola, industrial y turístico a los condicionantes de nuestro clima y el medio natural y evitaremos los elevados costes de reposición asociados a las pérdidas que originan las malas prácticas y, lo más importante, no tendremos que lamentar lo que es irrecuperable en una catástrofe: la vida humana.

Hay que pensar a largo plazo y dejar a las futuras generaciones de almerienses una buena planificación urbanística evitando los riesgos de inundaciones porque, desgraciadamente, hemos visto en la provincia antes y ahora –al igual que en Valencia- que el agua acaba abriéndose camino y no hay puerta que le impida pasar.