Los asesinatos de Elisa y Larisa dejan una herida permanente en Almería, en nuestra sociedad y entre quienes nos agita la lacra de la violencia de género. En esta ocasión, nos encontramos ante un ejemplo de la denominada violencia vicaria, la que se ejerce sobre los hijos e hijas para herir a las madres, y de qué manera. Esta violencia golpea donde más duele. No puede haber un dolor más insoportable que este y, sin embargo, hay quienes niegan también esta violencia, quienes quieren diluirla en otras persiguiendo el único objetivo de debilitar la conciencia común de una sociedad que tiene que plantar cara de manera unánime frente a esto.
El machismo no quiere hablar de violencia vicaria o violencia de género porque, al hacerlo, se visualiza la cultura machista que ha diseñado una violencia específica contra las mujeres para controlarlas y someterlas. No le importa hablar de las mujeres ni de los niños asesinados, pero piden que se consideren como víctimas de la violencia doméstica o familiar. Estos discursos negacionistas atentan contra la convivencia y la visión global de que hay que resolver un problema enquistado y que hay que hacerlo entre todos y todas. No hace ni un mes que los partidos nos manifestamos y firmamos declaraciones institucionales contra la violencia de género y por la igualdad entre hombres y mujeres con motivo del 8M. Todos menos la ultraderecha de Vox, un partido que oculta permanentemente la naturaleza de la violencia de género y lo utiliza para ir contra ella igualando las violencias.
Pero igualmente preocupa que haya quienes cierren agendas con ellos, quienes quieran gobernar junto al negacionismo de la violencia de género, y ahí está el PP; un partido que en Almería exhibe esa connivencia de criterios en ayuntamientos como Garrucha o Níjar.
En el PSOE, acabar con la violencia de género lleva décadas siendo una prioridad. Hemos conseguido que se introduzca en el espacio normativo de nuestro país y que sea una cuestión de Estado, desde la Ley Integral contra la violencia de género a la creación del Pacto de Estado contra la Violencia de Género. Algunos se pusieron de perfil, pero las y los socialistas supimos que al hacer que en la agenda de Estado estuviera la protección de la seguridad de las mujeres, estábamos tocando el núcleo central de toda la desigualdad y de la verdadera democracia.