Todo lo que somos hoy los andaluces y andaluzas nos lo hemos ganado a pulso, con el sudor de nuestra frente, con mucho esfuerzo y trabajo, porque durante muchos años –cuarenta, en concreto, de dictadura– fuimos una de las tierras más olvidadas y castigadas que se hayan conocido en el Viejo Continente. Cuando para el resto de españoles Europa comenzaba en los Pirineos, a una gran mayoría de andaluces nos costaba pasar de Despeñaperros.
Si en algún sitio tuvo más sentido que en otro la palabra cacique fue aquí en Andalucía. Bajo la atenta mirada del ‘señorito’, aprendimos a arrugar la boina entre las manos antes de hablar y a comernos nuestro orgullo, a falta de un trozo de pan. Y así crecimos y vivimos, con esa resignación tan cristiana de misa de domingo y fiestas de guardar en las que se celebraba poder echarse algo a la boca para matar el hambre.
Nos tocó lidiar con la pobreza y la miseria tantos años que, cuando pudimos salir de aquello, esta tierra de Blas Infante, Lorca, Machado, Picasso, Carmen de Burgoso Carlos Pérez Siquierse conjuró para que nunca más tuviéramos que pasar por algo así.
Desde el fin de la dictadura hasta hoy, Andalucía ha sido para España y para el resto del mundo un modelo en el que inspirarse, una comunidad que, pese a las dificultades, ha sabido salir adelante con la cabeza alta. Las manifestaciones de finales de los 70 para reclamar la autonomía y el referéndum de 1980 nos situaron en el lugar que nos correspondía por derecho e hicieron que versos de nuestro himno –como el de ‘pedid tierra y libertad’– cobraran más sentido que nunca.
Los andaluces y andaluzas nunca nos hemos rendido, nunca. Con tesón hemos levantado tantas escuelas, universidades y hospitales como los que más, mientras conformábamos una sociedad orgullosa de sus valores, algunos tan enraizados como la solidaridad, la igualdad y la justicia social. Hoy no se entendería Andalucía sin alguna parte de ellos, porque forman parte de nuestro ADN y nos hacen sentirnos más libres. Por eso, quien los cuestiona no tiene ni idea de lo que hemos sido a lo largo de nuestra historia ni de lo que hoy somos: ‘hombres de luz que, a los hombres, alma de hombres les dimos’.
Andalucía es indomable y sólo los andaluces y andaluzas podrán decidir su destino, a pesar de que otros pretendan hacerlo. Sin embargo, todavía nos queda por escribir la mejor parte de nuestra historia, la que habla de una tierra que decidió seguir avanzando y progresando sin dar ni un solo paso atrás y sin permitir que pisotearan ninguno de los derechos que tanto le costó conquistar.