El presidente andaluz es un mero espectador en esta pandemia en la que jamás se ha colocado en la primera línea
A medida que avanzan los meses y ahora que, incluso, hemos superado la barrera psicológica de la Semana Santa sin celebraciones, los ciudadanos esperamos que las autoridades que gestionan el día a día de la pandemia -el Gobierno andaluz en nuestro caso- nos alumbren con esperanzas, certezas y, sobre todo, con medidas y acciones que permitan ver un horizonte claro y despejado y que no profundicen en el desaliento, la desesperación y la incapacidad mostrada en una gestión nefasta.
Si por algo se ha caracterizado Moreno Bonilla al frente de la pandemia en Andalucía es en no haber estado, precisamente, en primera línea y de haberse convertido en un mero espectador que ha pasado por diferentes y disparatadas fases de negligencia, de venta de anticipación ficticia, de descoordinación y, ahora nos sorprende con la de anunciar un cuarta ola sin que proponga nada para evitarla o amortiguarla como hacen el resto de gobiernos autonómicos.
Al caos en la vacunación en Andalucía por culpa del Gobierno de las derechas, a la falta de atención sanitaria centros de salud, a la incapacidad para facilitar ayudas a pymes y autónomos o el sonrojante superávit en las cuentas públicas, se unía esta semana la triste noticia nuevamente del millón de parados en Andalucía y la ausencia absoluta de planes de empleo y de medidas que puedan amortiguar la situación de miles de familias afectadas directamente por el paro o los ERTE.
El presidente andaluz se ha convertido en un mero espectador de cuanto sucede en la región. El Gobierno de las derechas ha destinado, en mitad de la mayor crisis, 206 millones a pagar deuda a los bancos, se ha gastado sólo 1.135 millones de euros de los más de 2.200 recibidos por el Gobierno de España para ayudas a las personas y para potenciar los servicios. No se compromete con las pymes, autónomos, con el sector de la cultura y se muestra insensible con quienes más han perdido en esta crisis centrándose en sus políticas de autobombo y publicidad sobre lo más liviano. Su única política es la de confrontación con el Gobierno de España por su ficticia falta de vacunas, la de asegurarse el sillón con los líos internos de su socio de Gobierno, un partido que está a punto de desaparecer, y la de seguir arrodillado y sometido a lo que marque su socio preferido, la ultraderecha. Para todo lo demás, sigue sentado y asiste como mero espectador.