La pasada campaña electoral ya vimos que al PP le pone mucho eso de los chamanes, predicadores y la parafernalia de elevar plegarias a no sé dónde para no decir nada, pero que todo el mundo crea que realmente se hace algo en algún sentido. Y bueno, cada cual puede llamar la atención como quiera dentro de los límites de la libertad de expresión, que no es infinita, pero hay momentos en lo que la palabra no conduce a soluciones y, sencillamente, se necesitan acciones. Y una acción de gobierno no es mirar al cielo para ver si llueve o no, como tampoco es una postura de gestor mínimamente eficaz achacar los males a la falta de lluvia cuando se tiene en la mano la solución alternativa.
Es obvio que Almería no sería lo que es si hubiésemos dependido de la lluvia para estructurar nuestro modelo económico, de hecho, somos el ejemplo de que la tecnología cambia el modo de vida de las personas. De bancales y parrales pasamos a invernaderos bajo plástico, que más tarde maximizamos y optimizamos con el riego por goteo para preservar nuestro recurso más escaso, el agua, y posteriormente suplimos su déficit con el uso mixto de agua desalada para mantener esas producciones.
Hasta aquí todo correcto y más o menos lo entendemos todos. Pero lo que no podemos entender es que tiremos constantemente piedras sobre nuestro propio tejado, como sucede en estos momentos con la desaladora de Mar de Alborán. No miremos atrás, al por qué cayó en el olvido, quiénes o qué provocó que esa infraestructura no funcionase como un reloj desde el primer momento, sino centrémonos en el presente y en el futuro.
El presente es que la desaladora ha vuelto a estar en funcionamiento, es viable y una empresa solvente está al frente de su gestión. También es presente que no puede funcionar porque no es capaz de conseguir que la administración autonómica termine de deshojar la margarita de cuándo podrá entrar o no en funcionamiento. Necesitan la autorización para terminar la red de pozos de extracción de agua salada, que nos sobra, para convertirla en agua viable para los cultivos y el consumo humano.
El futuro es que esta instalación se propone suministrar 20 hectómetros cúbicos de agua al año, vital para las comunidades de regantes y, por ende, para la agricultura de la comarca, la economía almeriense y los precios de productos que perciben los consumidores.
Presente también es que la paralización burocrática que se cierne como una sombra sobre las esperanzas de los agricultores, provoca que la Junta de Andalucía aún no haya emitido una resolución definitiva para la concesión de los primeros 5 hm³ de agua, lo que mantiene en vilo a más de 1.500 hectáreas de cultivo. Este retraso no solo amenaza la viabilidad de la agricultura en Níjar, sino que también pone en riesgo el turismo y el crecimiento económico de la comarca. Es decir, pone en riesgo nuestro futuro más inmediato.
¿Seguimos mirando al cielo para que llueva qué, agua o sensatez?
Igual no hace falta mirar tanto al cielo para ver si llueve, sino mirar un poquito más la gestión interna para solucionar problemas y no crearlos.